Rock de la cárcel

Marcelo Gudiño, José “Tuco” Castiglione, Waldemar Cubilla y Juan Andrés Chilote tienen algo en común: los cuatro estuvieron, hace un tiempo, presos en la cárcel de San Martín. Por estos días Waldemar y Marcelo están en libertad y son empleados de la Universidad Nacional de San Martín, Chilote recuperó la libertad hace más de un año y trabaja como repartidor en un supermercado chino, y Tuco vive en el penal de Baradero, donde goza de un régimen transitorio de salidas semanales de 72 horas. Más allá de sus presentes divergentes, una vez por semana, los martes, cada uno va hasta el Rectorado de la UNSAM, se reúnen, toman unos mates, se cuelgan los instrumentos musicales al hombro y emprenden el viaje menos pensado: volver otra vez, por el día, al lugar en el que se conocieron.

Es que los martes en la Unidad 48 del Penal de San Martín pasan la tarde ensayando con su banda, Rimas de alto calibre, integrada por un puñado de músicos profesionales y unos cuantos presos –y ahora, algunos, ex presos–, que va del rock al trópico pasando por el folclore latinoamericano. No sólo acaban de editar un disco homónimo grabado íntegramente tras las rejas, sino que este jueves 12 lo presentan, permiso judicial mediante, en un recital en la ciudad en pleno Corrientes y Callao.

Todo surgió con un taller impartido por los músicos Lautaro Merzari y José Lavallén; uno de los tantos talleres de extensión que empezaron a dictarse junto con carreras universitarias como sociología y una tecnicatura en informática desde 2008 en el CUSAM, un pabellón de la U48 que depende directamente de la Universidad, o sea, que está fuera de la órbita del servicio penitenciario bonaerense. En los papeles, el taller en cuestión era de “versada popular latinoamericana”, técnica de composición que emplean los cantantes de muchas expresiones musicales regionales, entre ellas el Son Jarocho, original de la ciudad mexicana de Veracruz. Pero la experiencia resultó tan fructífera que enseguida excedió los límites originales y empezaron a surgir canciones escritas por los alumnos que pertenecían a los más diversos géneros.

Las cosas no podían quedar ahí, pensaron Merzari y Lavallén; con esas canciones como materia prima se propusieron armar una banda y grabar un disco. Ahora bien, ¿cómo grabar un disco de estudio si casi todos los músicos están presos? Montando un estudio en la mismísima cárcel. Para eso convocaron a Juan Pablo de Mendonça y a su estudio móvil La burra, con quien ya habían compartido la experiencia de recolectar músicas a lo largo de Latinoamérica, y a la documentalista Paula Fernández, que viene registrando todos los pasos del proceso. Los desafíos, dicen sus responsables, fueron dos: lograr un producto de calidad y hacer que la lógica grupal, solidaria, necesaria para que funcione una banda o cualquier proyecto colectivo se impusiera en un mundo hostil en el que prima el individualismo más radical, el sálvese quien pueda. Para decirlo sin vueltas: cómo hacer para formar una banda musical en un ámbito en que la palabra “banda” es sinónimo de eso que el derecho penal tipifica como “asociación ilícita”.

Explica Merzari: “La idea era tender puentes entre el afuera y el adentro… Es por eso que Rimas de alto calibre no fue concebida como una ‘banda de presos’. Es una banda hecha tanto por presos como por nosotros, los músicos que armamos el proyecto.” Otra forma de apuntalar y fortalecer estos puentes, y de darle al asunto un poco más de visibilidad, fue contar con la participación de músicos invitados como Andrea Prodran, Lidia Borda, Miss Bolivia, Sergio Dawi (ex saxofonista de los Redondos), el trombonista Alejo Ferrero (de Las Pelotas) y Liliana Daune, que recita unos poemas en el último track. Cada uno aporta lo suyo en un álbum que despliega una amplia paleta sonora y cultural.

Es así que, aunque pueda sonar paradójico, Rimas de alto calibre, disco grabado íntegramente en la cárcel, se escucha como un viaje musical por todo el espectro de lo “latino” con recurrencias y conexiones inesperadas. Algunas paradas de la travesía dan lugar a un rock clásico rutero (Pensando en vos) o más pesado como el punk Ángel vengador; en otros trechos predominan los pantalones anchos y las viseras de la música callejera, con aires de rap y hip-hop, pero siempre en clave latina (Nena bolsita, Ansiada libertad); y más de una vez nos topamos con dosis ahumadas de cumbia colombiana con mucho groove (Ágil Cazadora y Porque me sale así); además de algo de reggae clásico, bien coreable, como en el tema Reggae preventivo. Y una infaltable incursión por el folclore latinoamericano: un vals peruano (Rosa Negra, escrita por Chilote, con la implacable voz de Borda) y una Chacarera de los presos, con violín y todo.

El disco abre pisando fuerte, con Nena bolsita, uno de sus hits. Entre latigazos de rock y hip hop en la senda de los mexicanos Molotov, hay un hombre que le pide a su chica que ya no quiera verla “con la bolsita”. Además de marcar el terreno temático para el resto del disco –una disección de la marginalidad y de la vida tras las rejas sin moralinas pero tampoco sin exaltaciones ni apologías–, acá empieza a destacarse la presencia de Ariel “Patón” Arguello, compositor de varias letras, y uno de los líderes naturales de Rimas de alto calibre. Patón tiene 34 años y vive en la cárcel, exccept por un breve período de libertad, desde hace diecisiete. La segunda vez que cayó preso le dieron perpetua pero confía que en algún momento no muy lejano pueda lograr algún tipo de régimen más benigno.

“Yo cuando llegué acá no conocía a nadie. Desconfiaba hasta de mi sombra. Las vivencias que yo tuve en la cárcel, un rapero no te la cuenta. Ni Tupac…” dice el Patón mientras conversamos dando vueltas en círculo alrededor del pabellón universitario. La cita a Tupac no es azarosa, y hace referencia al célebre rapero estadounidense, cronista de la violencia callejera del gueto, muerto de cuatro balazos en Las Vegas en 1996. Casualmente ese mismo año el Patón cayó preso por primera vez, en la vieja cárcel de Olmos, que en su momento llegó a concentrar a la mitad de la población carcelaria de la provincia de Buenos Aires. Un verdadero infierno comparado con las nuevas instalaciones de la cárcel de San Martín, que alberga en esta unidad a poco menos de quinientos presos. Patón empezó a escribir letras (tiene más de cuatro cuadernos llenos, dice) y se convirtió en uno de los alumnos más entusiastas del taller;  gracias a su carisma y liderazgo natural, se volvió uno de los puntales del proyecto.

Seguimos caminando y le pregunto si sirven, y hasta qué medida, programas como el CUSAM. No tiene dudas: “Claro que sirve, más bien. Es educar al preso. Si yo a un preso cuando entra acá le enseño a usar dos facas, va a usar dos facas; si yo le enseño a estudiar, a tocar un instrumento, va a aprender algo distinto.” ¿Y cómo viven el hecho de que gente de afuera, desconocidos con los que no los ata ningún lazo, lleven adelante semejante empresa, vengan semana a semana, muchas veces sin cobrar un peso? “Nunca vamos a terminar de agradecer esta ayuda que nos dieron. ¡Creyeron en nosotros! Nadie se interesa por nosotros más que la familia –si es que te vienen a visitar. Si no, arreglatelá, hasta que te mate uno o vos matés a alguno. Acá te hacés individual sí o sí, a la fuerza,” resume Patón con un español que, aunque reñido con el de la Real Academia, es ultra elocuente y eficaz.

Desde que comenzó como un simple taller hasta ahora, el proyecto de Rimas de alto calibre fue creciendo de a poco pero de forma incesante. Con obstáculos y dificultades, es cierto. Porque es un tema sensible, delicado, y hay que andar con cuidado. A veces es difícil conseguir los permisos judiciales; a veces los funcionarios o autoridades universitarias escatiman apoyos por miedo a quedar pegados o a recibir críticas de los sectores más reaccionarios. Pero Merzari y Lavallén siempre redoblaron la apuesta. Cuando el disco estuvo grabado, armaron una presentación en vivo piloto, en diciembre, en un recital frente a más de trescientas personas (la mayoría familiares y amigos) en el Teatro Tornavía del Campus de la UNSAM. Y ahora que el disco está fabricado, recién salido del horno, es el turno de un recital oficial en el centro de la ciudad de Buenos Aires: el auditorio del Hotel Bauen (Av. Corrientes y Callao), este jueves 12 a las 21. La banda, para esa fecha, estará integrada por los convictos y ex convictos Ariel y Jonatan Arguello, Fabiano Pereira, Gudiño, Chilote, Cubilla, Castiglione, Rodrigo Alfonzo y Diejo Tejerina, y el aporte musical de Nicolás Méndez, actual baterista de Virus.

¿Broche de oro? Solo por el momento, dicen los responsables. En realidad, esperan que la fecha del Bauen sea tan solo el corolario de una etapa, una parada más en esta travesía humana y musical. Porque Rimas de alto calibre ya tienen un nuevo objetivo: encarar, si es posible antes de fin de año, una gira intercarcelaria por los penales de Ezeiza, Córdoba, Mendoza, etcétera. Y convertir al taller en una tecnicatura universitaria de dos años y medio, que les permita a los presos, al salir, realizar trabajos como músicos populares y gestores culturales.

Pero volvamos al disco. Más allá de sus virtudes musicales y técnicas, el hecho de que haya sido grabado en la cárcel le inyecta una dosis testimonial que aumenta la potencia de lo que se canta y lo que se escucha. Para decirlo clarito: no es lo mismo que León Gieco o Manu Chao entonen versos sobre la ansiada libertad a que lo haga alguien con perpetua o con un horizonte de dos décadas a la sombra. Y un disco como Rimas de alto calibre (al igual que el libro Yo no fui, que recopilaba la experiencia del taller de poesía coordinado por María Medrano en el penal de Ezeiza) es también importante porque marca la materialización visible de un trabajo tan silencioso como vital llevado adelante al interior de varias cárceles, y que todavía tiene mucho margen para crecer y desarrollarse. Vital porque proyectos como CUSAM abren al interior del presidio espacios y crean instituciones regidas por otra lógica, una lógica civil que neutraliza –por el momento, tímidamente– a la lógica militar-policial del servicio penitenciario. Y en última instancia, estos proyectos son demostraciones puntuales de que es posible enarbolar a gran escala políticas que tiendan a poner, de una vez por todas, el manejo global del sistema penitenciario –del vigilar y castigar– en manos civiles, y no en la más salvaje y despiadada de las fuerzas de seguridad. Es entonces que, puesto en esta perspectiva, y sin ponerse excesivamente sentimentales ni solemnes, el de Rimas de alto calibre se revela como uno de esos casos en los que no quedan dudas de que el arte puede servir para hacer de este un mundo menos peor.

LINKS

Blog http://rimasdealtocalibre.wordpress.com/

Para escuchar online http://rimasdealtocalibre.bandcamp.com/

Programa CUSAM http://www.unsam.edu.ar/home/CUSAM.asp

Publicado en la Revista Ñ, Julio de 2012.

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