Sobre Lo que ya no existe, C. Castagna

La primera vez que leí Lo que ya no existe, de C. Castagna, tuve la impresión de que se trataba de un libro de cuentos que operaba antes que nada como retrato generacional. Cuentos que transcurrían a principios de los años 2000, en la ciudad de Buenos Aires, protagonizados por jóvenes más o menos sensibles, más o menos modernos, más o menos parecidas a las personas que están reunidas esta noche acá. Lo que ya no existe, pensé entonces, son esos momentos, esos personajes, esa juventud. Lo perdido. Hay en el libro de Castagna una intención por retratar, por capturar, por la taxidermia, pensaba. Se me vino a la cabeza el título de un libro del siglo veinte que solo puede usarse una vez cada cien años, el título, y que vale la pena citar: Éramos jóvenes el siglo y yo.

En eso pensaba la primera vez que leí el libro. Se me hizo un libro compacto, uniforme, sin fisuras. Como si los cuentos estuvieran cortados por la misma tijera, como obedecieran o respondieran a una misma serie de preguntas, de inquietudes, a una misma propuesta programática. Todo eso reforzado por un estilo que se desplegaba parejo sin importar demasiado si adoptaba la primera o la tercera persona, si narraba en presente o en pasado. Una prosa sobria, sin estridencias, precisa, más bien clásica.

La segunda vez que leí Lo que ya no existe se abrió un abanico más amplio; de matices, de recursos, de hilos más o menos invisibles que conectan los relatos, de mecanismos subterráneos, de contradicciones internas que le dan  más volumen al conjunto. Aparecieron más colores. Colores que en una primera lectura pueden pasar inadvertidos.

Abre el libro “Amarillismos”, relato de unos días en la costa de un hombre y una mujer. Está narrado con paciencia para detenerse el tiempo justo en los detalles sin nunca caer en la morosidad. Ese es otro rasgo de estos cuentos. El ritmo, que acelera y frena sin nunca salirse de un rango bien calibrado. Una caja de cambios que modula entre segunda y cuarta.

El hallazgo de «Amarillismos» pasa por el juego sutil que propone con los prejuicios o preconceptos del lector. ¿Quiénes son esos dos? ¿Son novios, se acuestan, son amigos, fueron algo, estar por serlo? Está todo en los gestos, las miradas, los detalles, las acotaciones del narrador. Cuando está por concluir la primera parte del cuento, empiezan las sorpresas.

El segundo texto, Charly Brown, es el relato de dos amigos una noche “Esperando al hombre”, como la canción de Velvet Underground. No lo esperan en la esquina, si no en el departamento de uno de ellos, joven pintor. La ubicación temporal del relato es inequívoca, aunque a su vez, difícil de precisar. Está cerrando la disquería Tower Records de Santa Fe. Liquidación total. ¿Qué año es? ¿2003? ¿2004? ¿2005?

Como sea, esa es la época del libro. Es muy interesante porque es una época que calculo todos los presentes vivimos, pero que quedó en una zona medio borrosa, después de los noventa y 2001, antes de la consolidación de un nuevo orden que terminó de cuajar recién en 2008. Es una época en la que los celulares todavía no se habían vuelto injertos de nuestro cuerpo si no que eran apenas aparatos para llamar a alguien, para mandar un mensaje de texto. Esa es la época del libro. La década sin nombre, en que éramos jóvenes el siglo y nosotros.

Podríamos decir que en Lo que ya no existe hay cuentos de la noche, como Charly Brown, como Tus cuentos, que cierra el libro, como Hola, Frank, que es una gran crónica sobre ese tipo particular de evento social- literario-noctámbulo que es una lectura en esta ciudad. Después hay cuentos sobre relaciones, como Amarillismos, el romance entre dos chicas en La del sombrero y Nuestra Gabi Sabatini. Nuestra Gabi Sabatini empieza en la infancia del protagonista, con la Guerra de Malvinas como trasfondo. Es un relato de iniciación: rock, barrio, amistad, primer amor, últimos ritos. Cuando releí este cuento, que opera mucho con la elipsis, con el salto hacia adelante, advertí también que contrasta con el resto, que tiene una unidad de tiempo y hasta de lugar mucho más férrea. Amarillismos transcurre en unos días en la costa narrados en continuo, Charly Brown, en unas horas eternas en un departamento de barrio norte. Lo mismo vale para Hola Frank o Tus cuentos. Son narraciones que operan como planos secuencia. Terminan cuando termina la noche, el viaje, la fiesta.

Vuelvo al tema de la segunda lectura porque los relatos de este libro no dicen todo de golpe, son textos de acción retardada, repletos de detalles, de matices, que el autor plantó como al pasar, como quien no quiere la cosa, que incluso a veces están semiescondidos. Esos colores de los que hablaba.

En esa segunda lectura, destaco «El roce de la difunta», que es una rara avis dentro del libro, un cuento que no termina de encajar del todo pero que tal vez por ese motivo refulge con luz propia. Me parece que marca un pulso más decididamente ficcional, que se anima a jugar más abiertamente con los códigos literarios, con la tradición. En ese texto el libro deja de ser tan rabiosamente contemporáneo. Es como si se sacara la ropa y coqueteara con el anacronismo, con los estereotipos. Es un gran cuento, en mi opinión. Un cuento de corte clásico. Lo tenemos a Bordaverri -un apellido uruguayo, casi onettiano o levreriano- que trabaja como vendedor a domicilio de una compañía que ofrece cursos de computación. Está desahuciado, Bordaverri, es fin de mes, un mes árido, sin ventas y por ende sin comisión. Está en las últimas.

Es un gran cuento porque también plantea un choque de mundos, un cruce social. Bordaverri es un trabajador desesperado con camisa de Chemea que deambula por barrios residenciales de clase alta de zona norte. Y en general los personajes de este libro pertenecen a una misma clase, eso también es algo que advertí en la relectura. Por supuesto que como aseveración puede sonar arbitraria, pero creo que se entiende. Hay una familiaridad compartida. “Gente moderna en general”, como dice el narrador del último cuento. Así que me parecen interesantes esos momentos en que se produce un cruce social, tanto en El roce de la difunta como por ejemplo entre los dos amigos y Charly Brown. Charly anda calzado, no le importa compartir la afeitadora, uno tiene la impresión de que basta un chispazo para que irrumpa la violencia.

Para terminar, quiero compartir un hallazgo más de Lo que ya no existe, de su planteo estructural. Y tiene que ver con el efecto que provoca el texto que cierra el libro. “Es como si estuviéramos adentro de uno de tus cuentos,” le dice Fucsia a Julián. Es la última frase del libro. Son palabras performativas que al ser pronunciadas como un abracadabra recubren con un velo todo lo narrado, todo lo leído. Y que deja al lector listo para volver a empezar por el principio, listo para entender mejor esa relación que, al menos a mi, en una primera lectura, me resultaba desconcertante. Es un efecto circular tan delicado como imperceptible. De ese tipo de detalles está hecho Lo que ya no existe.

Leído en la presentación del libro. Noviembre 2019.

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