Hace un tiempo alguien dijo: “Mirá, probablemente todos estamos de acuerdo en que estos son tiempos oscuros y estúpidos, ¿pero necesitamos ficciones que no hacen más que dramatizar lo oscuro y estúpido que es todo?”
Trampa de luz cuenta un día de un personaje oscuro y estúpido. La oscuridad no es el mal y la estupidez no es la imbecilidad; lo oscuro y lo estúpido son antes bien formas de la pasividad, de la cobardía, de la especulación, de lo miserable, del abandono, del silencio, de la traición, de la apatía. Nunca sabemos el nombre del protagonista de la novela; Matías Capelli lo sigue paso a paso desde la mañana hasta la madrugada sin nunca referirlo, diciendo simplemente lo que hace, lo que dice, lo que piensa; los nombres, las descripciones, los artículos (no es ni un “él”), son para los demás. Ese relato implacable en donde el protagonista es lo omnipresente por la fuerza de su desdibujamiento, es el punto más fuerte de la novela, el recurso con el que Capelli demuestra ser un narrador muy hábil, capaz de generar inquietudes grandes con gestos pequeños. Trampa de luz, por lo tanto, difícilmente pueda suscitar discusiones por su ejecución. Lo que sí se presta a la problematización es el tipo de literatura que hace y en que se inscribe Trampa de luz.
Sería una tarea importante buscar explicación a los motivos por los cuales parte de la generación de escritores argentinos que hoy rondan los treinta años ha decidido trabajar en un registro naturalista que se entrega a los detalles, a lo mínimo, sin ninguna ambición de inscribir esas descripciones en un movimiento mayor que las organice. El robo al camión de caudales, el embarazo de la ex novia, la traición a los primos, la relación con el abuelo, la pegatina de carteles, la escena violenta con una amante son en Trampa de luz episodios que se suceden sin que unos parezcan seguirse de otros, como imágenes de un juego de naipes sin valores ni palos.
¿Qué es lo que Capelli quiere contarnos? Trampa de luz, antes que una historia, parece el ejercicio de registro de un día de un hombre, con lo cual la sensación es que el protagonista podría ser cualquier otro, que en ese lugar donde hay un sujeto que nunca es referido, podría haber tranquilamente cualquier otro sujeto que sería igual no en lo que hace, lo que dice y piensa, pero sí en su relación de distancia respecto a un relato que nos los muestra sin poder decir nada de él.
Y tal vez sea muy cierto que la generación argentina que hoy ronda los treinta años se sienta oscura y estúpida, pero ante esa situación ¿qué es lo que nos ofrece una literatura que no hace más que hablarnos de esa abulia y esa sensación de derrota cuando ni siquiera está claro cuál es la batalla?
Sí, tal vez la realidad sea una porquería, pero si ése es el caso, o al menos el de ciertas realidades, la tarea de intervenir sobre esa realidad requiere de mucha ambición, y no creo que sea descabellado pedir que esa ambición empiece en el terreno donde por suerte aún todo es posible, que es el de las letras, el de las mujeres y hombres que pueden darse el lujo inmenso de sentarse ante un papel o una computadora y escribir, haciendo el trabajo de al menos soñar que no existen ataduras, o que es posible descubrir cómo desanudar las muchas que sentimos.
Rodrigo Ottonello
Publicado en el blog Las despiadadas, enero de 2012.