Dice Beatriz Sarlo sobre qué es lo bueno: «Que una sensación pase de lo imaginado por el escritor a la sensibilidad de su eventual lector». Lo dice en referencia a la novela Trampa de Luz, de Matías Capelli, por la que se siente conmovida en particular en el momento en que el protagonista cree ver granos de arroz en el suelo pero se agacha y no, son otra cosa, lo que pisa son gusanos, o larvas, o la mugre que cobra vida.
El protagonista de Trampa de luz ronda por una ciudad en descompocisión, donde el caos gobierna los detalles y los alguaciles de la lluvia son peste, con párrafos donde todo va de mal en esto: «Ráfagas de basura se arremolinan en medio de la avenida y el calor, a esta altura agobiante, vuelve palpable una podredumbre asfáltica con vapores de carbono, macerada las veinte horas que lleva la huega de recolectores».
La pregunta ¿qué nos quiere decir Trampa de luz? puede aparecer cuando el trip urbano lleva al lector por sensaciones que parecen ahuecadas por el tedio, por el sopor del peso de los días. La respuesta puede ser post-existencialismo, La náusea, Sartre revisitado y siglo XXI. Pero hay más.
Lo que dijo Beatriz Sarlo fue publicado en el libro Ficciones Argentinas, que reúne las críticas que hizo de 33 escritores argentinos para el suplemento cultural del diario Perfil. Eso que tiene de atractivo Sarlo, además de su indudable sagacidad intelectual, es que no se olvida de ver qué hacen los jóvenes, y los analiza con la misma calidad que puede prestarle a Walter Benjamin. Sarlo también opina de otras cosas… pero escribió Borges, un escritor en las orillas; también Escritos sobre literatura argentina.
«Que una sensación pase de lo imaginado por el escritor a la sensibilidad de su eventual lector». En Bajo este sol tremendo Carlos Busqued hace sentir el asco: «La piel sudaba y el sudor se enfriaba y las sensaciones de frío y ardor no se anulaban sino que coexistían de manera desagrable».
Ahí Javier Cetarti es un nihilista al que le encanta fumar marihuana y ver documentales por tv. En las primeras páginas de Bajo este sol tremendo recibe un llamado: el marido de su madre la asesinó, también a su hermano y después se suicidó. A Javier la noticia no lo conmueve, salvo por la posibilidad de cobrar una herencia y así viaja a Lapachito, un pueblo desolado de Chaco donde el barro y el líquido que desborda de las fosas cloacales (un caldo de mierda), se funden hasta formar un suelo blando. También hace calor, mucho, y al desgano natural de su vida se le suma el desgano que trasmite el entorno.
Después de los tramites funerarios Javier viaja a Córdoba, a tomar poseción de la casa de su hermano asesinado, y todo el desgano se traslada con él. Pronto convierte la casa en un lugar oscuro y estático, donde se entretiene «algunas horas por día clasificando la basura: completamente drogado, sentado en un banquito, iluminado por una lamparita de cien watts en una portátil, revisando y envolsando las cosas y sorprendiéndose apagadamente por la amplísima variedad de porquerías». En este párrafo, incluso cuando Javier se sorprende por algo, el narrador necesita aclarar que lo hace «apagadamente», para reforzar la idea que presenta el libro.
Dos casos contemporáneos donde surgen pasajes en que lo dicho se funde a la sensación, donde el narrador está influenciado por los nervios de la trama y es interceptado por ella para lograr el efecto. Sarlo, la tercera es la vencida: «Que una sensación pase de lo imaginado por el escritor a la sensibilidad de su eventual lector».
Matías Máximo
Publicado en el blog Letras al filo, Febrero de 2013. Disponible online.